Brebajes
de largo aliento
inicio
Era una noche lluviosa de Abril. Yo andaba por una calle del centro de Bogotá como si no conociera la ciudad, como si de mi mente se hubiesen borrado los pasos que ¿numerosas veces había dado por esas calles?. En mi mente había ¿algunos recuerdos de andar por ahí con varias personas en distintos momentos? de una vida que me parecía lejana. Era como si al cerrar los ojos me metiera a ver por un telescopio y allá, a millones de años luz, hubiera una Bogotá intergaláctica donde yo caminaba con uno u otro por esta misma calle. Algo se sentía diferente, era como si aquella persona que estaba en mis recuerdos nunca hubiera existido. Veía el Centro Internacional, pasaba al frente del Museo Nacional, veía los edificios, veía la gente pasar y las luces. Me detuve con la extraña idea de que había salido de un encierro prolongado y de que la noche tenía un color que ¿antes no tenía?. Sentía que el aire era nuevo para mi, que el sonido de los carros, que la lluvia que caía eran nuevos. Por muchos días y por muchas noches me reduje al mínimo, me abstraje en un ovillo que estuvo contemplando una pared blanca como si de eso se tratase la vida. Así que estaba recorriendo estos parajes por vez primera y de mi mente también se había borrado todo rastro de aquellos que ocupaban ese pasado remoto más allá del ovillo y la pared.

No recordaba el paso de ninguna persona por mi vida y solo tenía la certeza de mi nombre. Si un desconocido (¿o un conocido?) cruzase por la calle y me llamara, podría responder a su llamado; naturalmente voltearía mi cara, cruzaría la calle y me detendría ahí justo antes de entablar alguna conversación. Quizá tratarían de hablar conmigo pero yo solo podría balbucear algunas sílabas esperando que entre balbuceo y balbuceo mi memoria trajera ese rostro y le pusiera un nombre. La idea de estar en un escenario así me horrorizó. Yo que siempre me había regodeado de mi memoria y de mi capacidad de pasar de largo cuando no quería saludar a nadie o cuando quería pasar desapercibido. Ahora tenía la impresión de que ahí parado, al frente de este Museo, resultaba como esperando a que alguien me llamara. Estaba ahí parado como quien quiere ser visto. Sentía que era una necesidad y que quizá los demás que pasaban a mi alrededor también estaban buscando a alguien a quien saludar. Era como estar presenciando un gran encuentro, pero no uno en donde todos nos reunimos a saludarnos y darnos abrazos. Era más bien un encuentro de volverse a conocer en una cotidianidad de algún modo compartida. Como si estando ahí parados o caminando por la calle volviéramos a reconocer nuestras caras de transeúntes y que de eso se tratara el gran encuentro. Volver a estar juntos, volver a ser desconocidos. Aún así, yo sabía que todos buscábamos a alguien en particular. ¿Para qué entonces salir a la lluvia de la noche?






No podía soportar la idea de quedar en ridículo si alguien se acercaba a mi, así que preferí caminar hacia el norte como iba hasta ahora. Cuando volví a la séptima me empecé a fijar en la mirada de las personas que me pasaban. Mi preguntaba si ellos también se habían hecho un ovillo y si habían pasado mucho tiempo mirando una pared blanca. Sin duda sus ojos exaltados y sus narices bien abiertas al aire de la noche eran indicativos de que no era el único que había vuelto a nacer. Bueno, entonces teníamos un reencuentro de desconocidos recién nacidos. Me impresionaba la torpeza de los pasos y la manera en la que las parejas o los grupos se agarraban al caminar. Una pareja de hombres pasó por mi lado, se agarraban del brazo de una manera que ¿antes? me hubiera parecido patética. Ahora todos querían agarrarse de los brazos al caminar y todos levantaban la mirada al cielo como si nunca hubieran visto un cielo. La ciudad se levantaba ahí ante nosotros y sabíamos de alguna manera que algo no era igual. ¿Qué había cambiado? ¿Por qué todos parecíamos unos borreguitos recién nacidos que caminan con los pies cruzados y están cubiertas de placenta sangrienta? ¿Quién o qué nos había parido? En nuestro primer día de existencia agarramos a alguien y salimos a caminar. Bueno, este 'salimos' y 'agarramos' están muy plurales. En realidad, yo era la única persona que andaba sola.

Un pequeño miedo me atacó, porque no sabía dónde había dejado a ese compañero o compañera de nacimiento interestelar. Otra preocupación se añadía a la lista, no era poca cosa perder a quien está destinado a acompañarte en esta nueva vida. La verdad es que tampoco recordaba si siempre había estado solo, así que de repente esa preocupación se disipó. No obstante, yo estaba, como ¿dicen los teóricos de muchas cosas que he leído? algo 'dislocado' o 'desplazado'. Yo estaba en una frontera, en un entrecruce. Quizá así como unos tienen a alguien, a mi me fue dada una ausencia o una completud, depende desde dónde se le mire. En todo caso, yo caminaba por la séptima rodeado de parejas con los ojos casi que estallando y agarradas de gancho aprendiendo a caminar –qué curioso que uno decida vivir el primer día del mundo precisamente agarrado de gancho, como si no hubieran más formas de agarrarse de alguien. Tan señoriales todos.
Miré el reloj, eran las 8:30 de la noche. ¿A dónde ir a las 8:30 de la noche? En la noche del primer día del mundo esta hora seguro era insignificante para cualquiera; al fin y al cabo parece que nadie quiere volver a casa a dormir. Yo había preferido olvidar donde vivía. Compré un tinto al frente de la Javeriana con la esperanza de calentarme. El primer día de este nuevo mundo era frío, lluvioso y nublado. Si ese era hasta ahora el primer día, no quisiera ni imaginarme el resto. De nuevo estaba parado en la calle, pero esta vez con un vaso de icopor en la mano y rodeado de estudiantes universitarios ávidos de noche; era la primera noche del primer día del mundo. Me senté en una de las escalas de la entrada de la Javeriana a pensar cómo si me hubieran dejado plantado, aunque eso parecía no ser así. Me preguntaba por cómo empezar a vivir en un mundo que no se conoce. De nada me servía saber que estaba sentado en un escalón en la Universidad Javeriana tomándome un tinto rodeado de jóvenes bulliciosos, si el aire que respiraba ¿no se sentía como el de antes?, si la lluvia ¿no era la lluvia? y si yo estaba ahí aprendiendo a caminar. Yo era apenas un becerro que abre los ojos después de ser parido. ¿Cómo vivir en el mundo cuando eres apenas un recién nacido?

Había un recuerdo de 'antes' (¿antes de qué?) que sorpresivamente vino a mi después de dar el último sorbo de tinto. Quizá era el vestigio de alguna vez tomando tinto en este mismo lugar y con una lluvia que nada tenía que ver con esta. Cuando tomé el recuerdo (así como se toma el último sorbo de tinto) sentí que se lo había robado a alguien. Es decir, era mío (en el fondo era mío) pero su presencia en mi era ajena. Entonces ya tenía un vaso de icopor desocupado y un recuerdo propio-no-propio; con eso era suficiente para pasar el resto de la noche. Lo anterior, suponiendo que en este nuevo mundo las noches solo tuvieran las acostumbradas 10-11 horas. Miré el reloj y eran las 9:30 de la noche.

Boté el vaso de icopor en la basura, me metí las manos en el bolsillo y decidí caminar aún más hacia el norte. Mientras caminaba le daba vueltas a ese recuerdo ¿o era un deseo? ¿o era el recuerdo de un deseo? ¿o el deseo de un recuerdo? Todo esto así como cuando uno fabrica memorias falsas para llevar sus propias teorías del mundo y de la vida.

Cuando llegué a la 45 decidí que tenía ganas de un trago, como de un vaso de whiskey. Ese era mi deseo. Quizá 'antes' caminaba con alguien por estas calles deseando tomar whiskey y hablar. De repente me interpela esa duda anterior y temo ser reconocido si entro a cualquier bar. Qué podía hacer yo armado solamente con mi deseo de tomar whiskey si alguien se acercaba a saludarme. Me alcancé a sonrojar, pues inmediatamente pensé que me estaba dando mucha importancia y que nada me aseguraba que, de verdad, hubiera alguien en el nuevo mundo que me reconociera y quisiera hablar conmigo.

Caminé unas calles más hacia el norte y decidí entrar a un bar cuya entrada daba hacia un subsuelo oscuro e iluminado por una luz morada brillante. Saludé a la persona encargada de la puerta y bajé las escaleras de metal que me hacían pensar en una improvisación de lugar. En la pared había unas luces neón que decían: "cuando la mirada cambió de color, pude tener una visión del tiempo". Sostuve una risita irónica. En el primer día del mundo me recibe esta oración que ni entendía. Apenas pensaba a quien pude haberle oído decir eso 'antes'. En el primer día del mundo el color de la noche había marcado el inicio de la vida y el morado había marcado el espejismo de ¿ese pasado más allá de cualquier comprensión?. Volví a sostener la risita irónica, pensando que el primer día del mundo ¿me resultaba más habitual de lo esperado? Respiré hondamente y entre al bar.

El lugar estaba iluminado de un carmersí como de meterse en un vaso de vino o en un cuarto de revelado de fotografías. Si la frase que había en la entrada tenía algo que decirme, definitivamente aquí había comenzado otro tiempo.

Apenas entré al bar vi que la escena de las parejas se repetía sistemáticamente. De nuevo yo era la única persona sola en el lugar, viendo cómo todos estaban repartidos en sus mesitas y en sus sillas. Había una pista de baile que se abría por varios niveles. Casi que bailar ahí era subirse a una plataforma para que le vieran a uno como si de un espectáculo se tratara.





El carmesí hacía de los cuerpos unas sombras que no podía distinguir, así que mi soledad se atenuaba en este lugar. Yo era una figura delgada parada en la mitad del pasillo viendo a otras figuras bailando y cuchicheando. Me pasó una especie de sudor por la mano al pensar que si antes mi cara podía llamar la atención, ahora lo haría mi figura solitaria separada de la masa indistinguible.

En el primer día del mundo, en la primera noche del mundo, en la primera rumba del mundo había un sujeto parado, solo, mirando a los demás bailar. Sonaba un rock español de voz melancólica y guitarras graves. El ambiente era denso, lleno de sudor y de humo a cigarrillo, olía un poco a humedad y hacía un frío de discoteca a las 10:00 de la noche.

No estaba lleno pero tampoco esperaba que se fuera a llenar más. Un grupo de personas llamó mi atención. Eran unos jóvenes sentados en una mesa mirando el suelo mientras una de ellos bailaba, con los ojos cerrados, al rock español. Como un par de cuerpos celestes arrojados al vacío del espacio cuya única tarea es orbitar alrededor de un mismo centro. En la primera noche del mundo había gente que estaba junta porque ese era el orden natural de las cosas. Ellos no querían (¿o sí?) estar allí pero sabían que en otro lugar no iban a estar mejor. Decidí sentarme en la barra del bar, como ese lugar ahí en tránsito, como ese lugar abierto a acoger cualquier entidad bien(o mal)aventurada que quiera estar consigo misma. Naturalmente, en el primer día del mundo aún no había nadie sentado allí.

En la barra me recibe una pareja (como si fuera posible de otro modo) de bartenders o baristas. No sé a cuál de los dos dirigirme así que me dirijo a la botella de whiskey que contiene el trago que tanto quiero. Los ojos bien abiertos de ellos dos, como fascinados por las botellas y los colores de los licores, y sus manos tocando todo, detallando en las formas y texturas (juro que uno de ellos me rozó los dedos de la mano al tomar mi pedido); todo eso me indica que estamos trastocados por ese pasado remoto y no nos creemos presentes en los lugares que ocupamos.

–Un vaso de whiskey. Sin hielo–
–Whiskey–
–Sí. Sin hielo–
–Sin hielo–

Los tres estábamos de cierta manera asombrados, pues cada intercambio verbal se sentía como uno primero. No solo estábamos aprendiendo a caminar, también a hablar. Apreté los pies dentro de los zapatos, pues esa idea me generaba cierto escalofrío. Recibí mi whiskey en un vaso cuadrado y sobre una servilleta. Tomé el primer sorbo mientras sonaba una canción del mismo rock español. Iba un poco así:

No consigo encontrar
Ninguna noche en mi memoria
Como aquella en Barcelona
Escuchando de tu boca
Yo no bailo, me dijiste
Caminábamos por gracia
Tu vestido se movía
Yo solamente pensaba

Bueno, pues yo únicamente pensaba lo irónico que puede ser que alguien escriba una canción en la que dos amantes hablan de no bailar y que todo el mundo baile con esa canción. Debo confesar que los hombros se me movieron un poco e igual, después de todo, yo estaba solo.

-Otro vaso de whiskey, por favor–

En el primer día del mundo debo tener dinero en mi tarjeta débito. ¿Cómo es posible despertarse después de ver una pared blanca durante meses y no tener con qué vivir la nueva vida? Miré el reloj, eran las 11:00 de la noche.

Yo era la única persona sentada en la barra. Al parecer en este mundo no solo soy el único solo, sino que parece enfermo sentarse en una barra. Como si hubiera algún tipo de enfermedad, como si necesitara estar lejos de los demás. Es cierto que el tiempo estaba corriendo más lento para mi y es cierto que era raro que yo estuviera ahí solo como esperando. La noche había sido amable conmigo y hasta ahora tenía éxito pasando desapercibido. No obstante, una preocupación me volvió a nublar la cabeza cuando una de las canciones terminó. ¿Y si había despertado siento otro? Yo no me había visto en un espejo desde que desperté. ¿Y si mi cara ya no era la misma? De repente tuve mucho miedo de haber perdido algo de mi. Imposible, si yo cambié entonces los otros también tuvieron que haber cambiado. Aun así, tiene sentido que en el primer día del mundo todo tiene derecho a comenzar de nuevo. ¿Borrón y cuenta nueva? ¿No? Yo sí sentía que estaba más gordo y quizá mis ojos estaban ¿más enfermos que antes?; la luz de pared blanca enceguece. No sería capaz de mirarme a un espejo.

En un instante el aire cambió y se llenó de un olor a sudor. ¿Era eso una persona sentada a mi lado?


el primer día del mundo*
*con fotografías de Hernán Díaz y obras de John Baldessari
–Un whiskey con hielo–
–Con hielo–
–Sí. Con hielo. De hecho, con 3 hielos–
–3 hielos–

Pasaron un vaso de whiskey con tres hielos. Alguien en el primer día del mundo es exigente con la cantidad de hielo que ponen en su whiskey. Con el whiskey solo tienes dos opciones, con o sin. Juro que podía escuchar cada trago pasar por su boca, dirigirse a su esófago y llegar y hacer 'splash' en el estómago. Juro que podía sentir ese calor subiendo por el cuello a la cabeza. La música había cambiado a unas baladas en inglés llenas de nostalgia por un pasado que evidentemente nadie recordaba ni quería recordar en caso de que pudiera. La chica del grupo de jóvenes seguía bailando sola con los ojos cerrados. La luz carmesí le hacía resaltar la figura mientras en su mente parecía seguir la letra de la canción. Quizá alguien sí estaba tratando de recordar un pasado que le era inalcanzable. ¿Entonces uno para qué baila con los ojos cerrados a una balada de estas si no es para viajar a otra época, otro lugar, otras personas?

¿Podrá esta persona al lado mío recordar su pasado? ¿Podrá recordar algo de 'antes'? Estaba solo igual que yo. Dos personas solas en el primer día del mundo La baladita en inglés iba así:

Down beneath the ashes and the stone
Sure of what I've lived and have known
I see you so uncomfortably alone
I wish I could show you how
Much I've grown

Vi su cuerpo moviéndose en la silla. Lo hice con el rabillo del ojo porque no me atrevía a moverme o mostrar cualquier respuesta a su presencia. Posiblemente ya había reparado en mi soledad ya interrumpida por él. Así me doy cuenta de que está justo al lado mio. ¿Qué razón tiene para haberse sentado allí? Definitivamente sabe quién soy o, en el mejor de los casos, quiere compartir esta experiencia de vivir en el primer día del mundo. Cualquiera de las dos opciones me hacía temblar. Pienso en cómo alguien que se despierta en la noche camina a este bar, se sienta en esta barra y decide estar al lado de la única persona sola en el lugar. ¿Qué clase de juego une así a dos personas en la primera de las noches? Quizá yo estaba escapando de la compañía porque ¿en mi vida anterior también lo hacía? Quizá está pasando algo que ¿'antes' no habría pasado? Quizá ese mismo recuerdo borroso que me trajo aquí también condujo a esa persona que estaba al lado mío.

Quería hablar, gritar, sacudir los brazos, darle la vuelta y mirarle a los ojos. ¿También habrá tomado tinto en la Javeriana?

–Otro whiskey, por favor. No olvide los 3 hielos.–

Y dale con los tres hielos, pensé. Volteé apenas un poco la mirada; tenía pantalón negro y botas que le hacían juego. Prefería que ese personaje y yo no nos conocieramos. Tuve miedo. En la primera noche del primer día del mundo no vendría alguien a sentarse a mi lado como si me quisiera conocer. Alcé la mirada, me despedí de los bartenders o baristas, puse un pie en el suelo, puse el otro pie, me agarré de la punta de la barra, moví el vaso, tomé la servilleta, me limpie la boca, guardé la servilleta en el bolsillo, tome mi abrigo y entré en él. Me di media vuelta y salí. Cuando la mirada cambió de color, pude tener una visión del tiempo. Miré el reloj, eran las 2:00 a.m.

La 45 estaba vacía y seguía lloviendo. Tomé un taxi, me subí y con sorpresa veo que el taxista no está solo. El taxi va lleno con su esposa, sus hijos y su suegra, todos apeñuscados dejando un espacio para el pasajero nocturno.

–Para las Torres del Parque–
–Claro que sí–
–Y joven, ¿cómo ha estado usted en el primer día del mundo?– Me pregunta la octogenaria recién nacida.
–Pasado por whiskey– le respondí
–¿Con quién celebró?– preguntó el taxista con una sonrisa que se veía a través del retrovisor.
–No digás que andaba tomando solo. Hombre, si uno no toma solo– dijo de nuevo el taxista al ver que no respondí a su pregunta y preferí mirar por la ventana a ver si podía lanzarme por ahí.
–No, no estaba solo. Aunque no creo que sea malo tomar solo– dije. Después de eso hubo un silencio en el taxi. Subíamos la séptima a toda velocidad.

–¿Sabe? Yo solo recuerdo ver una pared blanca por mucho tiempo– le dije a cualquiera de las personas en el taxi con la intención de llenar ese viaje de alguna voz.
–Yo recuerdo una pared roja– dijo la anciana
–Yo una verde– agregó la mujer en el asiento de copiloto.
–Fue como haber recibido un golpe en la cabeza. A veces, cuando cierro los ojos, escucho el viento de esas noches. Era un viento que hablaba– dijo el conductor.
Ya estábamos en La Macarena.

–¿Cuánto es?– pregunté al llegar.
–12 mil pesos–
–Mire. Buenas noches. Gracias– Me bajé del taxi y cerré la puerta con un golpe seco. La lluvia arreciaba.
–Feliz noche y buen descanso– se despidió la anciana con una sonrisa en el rostro.

El taxi bajó por la calle hacía el Museo Nacional. En este punto lo único que podía hacer era guardarme las manos en el bolsillo y entrar al edificio.
–Buenas noches– le dije al vigilante medio dormido y medio despierto.
El ascensor se abre, sube, se abre de nuevo. Camino por el pasillo, llego a mi puerta y meto la llave en la cerradura. Entro al apartamento y llego a mi habitación, casi que arrastrándome, no sin la obligada caricia a la gata.

Apenas cruzo la puerta hay algo, sobre la cabecera de la cama, que llama mi atención; es una fotografía pegada en la pared. En la foto aparezco con una persona que sonríe. Ambos estamos rodeados por una aureola de color morado contra una pared blanca. Volteo la foto como preparándome y con letra cursiva va escrito: cuando la mirada cambió de color, pude tener una visión del tiempo.












Bogotá.
Abril 8 de 2020